lunes, 20 de junio de 2011

Mi mala suerte vuelve por vacaciones

Una apacible mañana de verano como otra cualquiera, tan normal que incluso se me hacía rara la monotonía con la que se presentaba. Desayuné y me fui al gimnasio, un poco tarde para lo habitual, las 12:30, pero era suficiente para hacer los ejercicios y volverme a mi casa a almorzar. Llegué y como cada lunes, comencé mis ejercicios de espalda, a un ritmo bastante lento la verdad. Tanto que cuando ví que era cierta hora, me aceleré un poco para poder hacer los abdominales y el cardio que hago después del ejercicio de musculación diario. Triste de mí que no podía ni sospechar lo que acabaría llegando a continuación.

Miré la tabla de ejercicios puesta en la entrada del gimnasio. Tenía que hacer el último ejercicio de espalda, que era peso muerto, ejercicio que odio y odiaré hasta el fin de mis días, y que cuando me encuentro especialmente cansado suelo sustituir por una ración de ejercicios de lumbares, que practicamente hace el mismo efecto que peso muerto. Fui pues a la máquina de lumbares, la cual consta de una especie de reposadero, donde colocas la cadera, para ponerte en posición horizontal hacia abajo, mientras tus pies se sujetan en un límite regulable que tiene la máquina en la parte de atrás.

Así pues, regulé el límite para los pies al tamaño en el que rozaría con la parte de abajo de mis gemelos, que en realidad es a la altura del tobillo, pero ponerlo más arriba me da un poco más de seguridad. Pues ni seguridad ni mierdas, en cuanto me coloqué, eché el cuerpo hacia delante mientras elevaba mis piernas. Al llegar a la altura del límite, por alguna extraña razón que aún desconozco, éste no tocó pierna alguna y mi cuerpo siguió volcándose hacia delante a una velocidad desenfrenada y directo hacia una inevitable caida. Así pues, di una vuelta de campana con el impulso, y mi cara acabó frenando en una pesa de 15 kilos que había debajo.

Me levanté aturdido, mientras me ponía las manos en la cara y comprobaba que estaban empapadas en sangre. Fui hasta el monitor a toda prisa, que me trajo agua y me dijo que me sentara. Noté como me mareaba, tenía nauseas y se me nublaba la vista. Por un momento pensé que acabaría desmayándome, pero no fue así. Quizá el sudor frío que ahora me cubría todo el cuerpo me reanimó un poco. Así, llamé a mi padre y acabé en urgencias.

3 moratones en la frente, la nariz fracturada y una herida de un par de centímetros en la nariz fueron los principales síntomas de tal batacazo. El médico además me recolocó la nariz en su sitio, que por lo visto estaba torcida (aún me vienen las arcadas cada vez que recuerdo el crujir que hizo al mover el hueso roto). Así que ahora, estoy aqui sentado escribiendo estas líneas con una mierda que me cubre media cara, mientras me pregunto si podré disfrutar algo de éste verano. Al menos sé que la semana que viene iré al otorrino (que por cierto hoy descubrí que es el otorrino el que se encarga del tema de la nariz, además de los oídos xdd), y que ahí habrá novedades.

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