miércoles, 3 de marzo de 2010

Una obsesión por una ilusión

Si algo nos distingue de los animales son 2 cosas: la ausencia de instintos primitivos y la estupidez humana. Esto último, es lo que hace que cosas exclusivas en nuestra especie, como que tropecemos 1000 veces con la misma piedra, que exista el egoismo, o la cabezonería, estén siempre a la orden del día. Son cosas que darían para largos párrafos de este blog, pero solo voy a centrarme en la cabezonería, y en el punto más alto que puede alcanzar en el estado de una persona, ese estado que se conoce como obsesión.

Cuando nos cegamos por nuestra obsesión, ésta se acaba conviertiendo en nuestro dictador y el miedo al fracaso en nuestro camino. Y lo peor es que ese miedo nos dificultará el camino hacia el final, haciéndose imposible rematar la situación, coger al toro por los cuernos.

Este dictador nos acabará haciendo seguir todas y cada una de sus órdenes, a sabiendas del más que posible fracaso con el que nos tomaremos. Y cuando el fracaso toma lugar es cuando decidimos pararnos, y entonces entramos en el siguiente estado: la depresión (aka bajona). Pasamos a un momento en el que nos dan ganas de golpearnos a nosotros mismos, nos insultamos y nos odiamos por habernos comportado de forma tan estúpida. Miramos atrás, nos invade la rabia pensando en el tiempo que hemos perdido, y sentimos vergüenza de nuestros propios sentimientos, que en aquel momento no pudimos controlar.

Poco a poco esa sensación irá pasando y curándose con el tiempo, y como todo, quedará en el baúl de nuestros recuerdos pasados. Quedará relegada como aquella foto al fondo que no queremos, pero que miramos de vez en cuando, como cuando nos tocamos una cicatríz que nos sigue doliendo, con la vana esperanza de que acabará desapareciendo.

Y estos son los pasos a los que suele llevarnos una simple obsesión, una que podemos sentir cuando por una cabezonería cualquiera, no nos sabemos retirar a tiempo. Pero sin embargo existe una forma de alterar el orden de los acontecimientos, romperlos e incluso de llevarnos al triunfo. Esa forma no es otra que simplemente no valorar la meta por como debería ser, sino por como actualmente es: nada. Cambiar el pesimismo por el optimismo, pasar del resultado mientras disfrutamos caminando hacia él, evitar correr para tropezarnos e incluso hacer una parada de vez en cuando. No sirve de nada nublarnos la razón por algo que aún no tenemos, ni hacernos ilusiones por motivaciones vacías. Sólo hay que alegrarse cuando se tengan resultados.

Pero por desgracia, esta es otra de aquellas cosas que nos hacen ser humanos.

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